En México, el café se produce principalmente bajo sistemas tradicionales, que van desde plantaciones con sombra diversificada con base en árboles de la vegetación primaria, hasta policultivos simples o complejos con especies arbóreas frutales, forestales maderables o plátanos; también existen sistemas especializados con sombra monoespecífica. El cafetal con sombra diversficada, conserva parte de la estructura y funcionamiento de los ecosistemas de vegetación primaria que fueron reemplazados con el cambio de uso del suelo, de forestal a agrícola. Los cafetales se destacan por su valor en la conservación de la diversidad biológica, su papel moderador de escurrimientos e infiltración del agua de lluvia, almacenamiento de carbono y conservación y mejoramiento de la fertilidad del suelo, por lo que la preservación de este tipo de agroecosistemas, debe ser una prioridad.

Durante las dos últimas décadas se han notado dos tendencias opuestas en el mundo de la cafeticultura; por un lado hay más estudios científicos que muestran la importancia de los cafetales de sombra, en la conservación de la biodiversidad y los servicios ambientales, por el otro, ciclos internacionales de sobreproducción y déficit cada vez más fuertes que dejan a los cafeticultores descapitalizados y desanimados. Como resultado de esto, los cafeticultores están cada vez más dispuestos a abandonar sus cafetales o reconvertirlos a otros usos de suelo, en espera de mejores rendimientos en el corto plazo. Sin embargo, estas acciones empobrecen las regiones cafetaleras en términos socioeconómicos, culturales y ambientales.

El estado de Veracruz es sin duda uno de los estados más importantes en materia agrícola, la zona cafetalera del centro del estado, ubicada en la Sierra Medre Oriental entre las zonas de Atzalan-Misantla en el norte y Zongolica en el sur, es considerada la segunda zona más importante para la producción de café en México con unos 90 mil productores y un área de cosecha de más de 115,000 hectáreas. Esta zona cuenta con uno de los más altos rendimientos de café en el país (11.6 quintales/ha) y se destaca por su alta calidad habiendo ganado la Taza de Excelencia durante las últimas seis ediciones de esta competencia.

Existen registros de la llegada del café a México desde el año de 1740. Durante el siglo XVIII su cultivo se expandió desde las Antillas hacia Centro y Suramérica. La ruta que siguieron hacia nuestro país aquellas primeras plantas arábigas, provenientes de La Martinica, pasó por Jamaica, Haití y República Dominicana, siguió a Cuba, para después cruzar el mar Caribe y llegar a las costas del Golfo de México.

El inusitado gusto por el aromático en nuestro país, trajo consigo la expansión del grano hacia las montañas y bosques de la franja intertropical mexicana, y con ello, una significativa transformación del medio ambiente y las sociedades que se dedicaron a cultivarlo.

El aromático ingresó a México por varias vías: una de ellas fue el puerto de Veracruz, desde donde se extendió a todo el estado para después expandirse al centro y sur del país. Esto hizo que entidades como Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí y Guerrero se convirtieran en auténticas regiones cafetaleras.

El crecimiento de la población humana y el supuesto desarrollo económico y social que conlleva, plantea el dilema a nivel mundial, de proveer de alimentos y bienes básicos a la población creciente a costa de la transformación de los ecosistemas y la conversión de la vegetación natural a otros usos de suelo (agropecuario, industrial y urbano). Esta transformación, sin embargo, trae efectos negativos como la pérdida de biodiversidad, la contaminación de agua y aire, y el cambio climático; efectos desfavorables que socavan las bases productivas de la sociedad.